viernes, 8 de marzo de 2013

¿Matar o no matar Peces ?


Una exelente nota de Nestor Saavedra para Señueleros
de hace un tiempito, pero que sigue tan vigente como
en el día de publicación

 
Casi todos los que hace más de veinte años practicamos la pesca deportiva hemos matado muchos peces en nuestros inicios. De ello debemos arrepentirnos, pero, no en teoría o en palabras, ya que es imposible volver al pasado, sino difundiendo, con los medios y formas que tengamos a mano, la pesca con devolución en la actualidad. A veces podemos hacerlo desde un medio masivo, con una concurrida tribuna, pero otras, y de igual o mayor importancia, en una charla cara a cara con un amigo, un sobrino, un hijo, incluso, en la mejor aula, el pesquero mismo.

Aquellas épocas de “tirar manteca al techo” o “peces al tacho” debe ser historia. El presente nos tiene que caracterizar por otro tipo de práctica. El pescador, como todo deportista, debe tener una conducta, formada por principios éticos. La pesca con devolución es uno de ellos. Pero, ¿resulta inviolable o se puede matar un pez, por ejemplo, para comer donde la ley lo permite o no esté implantada?

Alguna vez mi hijo menor, Felipe, me lo preguntó. Y eso sirvió para repasar algunas de las razones por las que sostengo la importancia de devolver los peces al agua, no como una norma taxativa, pero sí como un estilo de vida. Recuerdo que Felipe amplió la pregunta: ¿por qué lo devolvés? ¿No era mejor no pescarlo, entonces? Tragué saliva y prometí reflexionar sobre el tema.


El riesgo de la defensa

La pesca con devolución obligatoria no es la solución al problema de la falta de peces Hay muchos desordenes ecológicos que hacen que disminuya la pesca deportiva en muchas zonas de nuestro país. Proponer que el mayor es la pesca sin devolución es olvidarse o soslayar adrede otros males, quizá mayores, como la contaminación, la destrucción de las costas o la mismísima pesca comercial indiscriminada.

El riesgo de pensar que la pesca con muerte es el único fantasma o el gran cuco que vencer hace que se recarguen las responsabilidades sobre los cuidadosos pescadores deportivos, únicos a los que les puede apelar un pedido de detención de muerte. Dicho de otro modo, quienes deben velar por la sustentación de los recursos naturales, como los peces, no pueden solamente depender de este pedido y dejar que todo siga igual. Resulta casi una actitud cobarde pedirle esto al pescador deportivo, dejando que el resto de los actores del medio acuático haga cualquier cosa. Además se corre el riesgo de no ver el bosque por mirar un árbol o de no llegar a la excelencia por quedarse en una sola idea buena.


¿Y si no me lo exigen?

Convengamos por otra parte que muchas veces no es una obligación establecida. ¿Quién me impone la devolución? En muchos lugares, un reglamento. A veces, incluso, en lugar de prohibirse totalmente la pesca o la muerte se regula un cupo máximo de peces que el pescador puede matar por jornada. En otros casos, no hay ninguna ley. Entra, entonces, en juego otra sustentación del principio ético: mi conducta, mis creencias, lo que me parece que está bien sin que algo externo me lo indique.

Tengo el gusto de devolver peces en lugares donde, habitualmente, muy pocos devuelven, por ejemplo, pescadillas y corvinas en el mar, o pejerreyes en los ríos y lagunas. Son sitios donde se puede matar una buena cantidad de ejemplares, pero, sin embargo, prefiero devolverlos. ¿Qué pasa si alguien que está conmigo decide matar uno o dos para comer? Pues lo respeto, pero también exijo que respete mis convicciones.

En el Amazonas, muchas veces se nos ofrece comer un tucunaré chico, de los que abundan, en el mediodía bajo una buena sombra. Nadie ve esto como un daño a la naturaleza, en cuenta que se devuelven cien veces o más de los que se sacrifican. Pero tampoco nadie mata un tucunaré grande, una buena hembra reproductora, o un trairón que en general es escaso y enorme. En este caso la ética es selectiva. Si uno no puede dominarla, conviene ser absoluto: no matar nunca nada. Y hay muchos pescadores, amigos, que optan por este camino, y los respeto: nunca, absolutamente nunca matan ningún pez, ni siquiera un bagre amarillo. ¿Y una mojarra para encarnar para el pejerrey? ¿Y un pejerrey? Quizá esta especie, por una cuestión de años de pasión culinaria sea la que más matan los pescadores deportivos, probablemente basados en tres razones: la larga tradición culinaria que tiene, la centenaria piscicultura que resiembran muchas lagunas y stock abundante en algunos lugares como el río de la Plata. También las truchas tienen una larga historia de piscicultura, pero el Reglamento de Pesca Continental Patagónico es muy claro en términos de su sacrificio.


Estas rápidas reflexiones de café pueden desembocar en algunos principios:
  1. Mato en cantidades permitidas, si se trata de especies que son resembradas.
  2. Mato en cantidades y tamaños lógicos, rara vez y solo para comer, si se trata de especies que abundan.
  3. No mato nunca.
Lo importante es que la decisión que se tome sea coherente con la forma de vida del pescador, con su sentir y su razonamiento. La pesca con devolución ha dejado de ser, si alguna vez lo fue, patrimonio de una modalidad, aunque debemos estar muy agradecidos a los mosqueros por haber sido los primeros en nuestro país que la enfatizaron. En otras naciones, como Brasil, los primeros fueron los pescadores de baitcast, encabezados desde un medio masivo como el programa Pesca & Companhia que se emitía por un canal de aire muy importante y conducía mi querido amigo Rubinho. Fue tal impacto de su difusión de la pesca sin muerte que varias veces estuvo amenazado de muerte e, incluso, en una exposición fue agredido de un puntazo que lo obligó a estar internado varios días. Eso es estar convencido de algo, aunque en sus excursiones, de las más selectas y cotizadas del país hermano, permite que comamos un pescadito asado en un par de mediodías.

Fuente: Señueleros.com.ar


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