jueves, 9 de julio de 2015

San Luis: Una historia increible: el aterrizaje de un ovni en La Florida


En 1978 seis pescadores vivieron una experiencia inolvidable.
Las investigaciones determinaron la veracidad del hecho.
Vieron el descenso de una extraña nave y la presencia
de un humanoide. Fue el acontecimiento más importante
de la historia que estudia la Ufología


Todo comenzó una noche de febrero del '78 a eso de las cinco de la mañana cuando un grupo de pescadores, llegados a La Florida, a 38 kilómetros de San Luis, se encerraban en su mundo para una noche de pesca.

La “juntada” había sido planeada un par de días antes entre Pedro Sosa, sus hermanos Ramón y Genaro, Manuel María Álvarez, Jacinto Lucero y Regino Salvador Perroni. 

Cuando el “operativo pesca” se puso en marcha, Pedro y Genaro, se encargaron de las compras para la cena: unas tiras de costillas, morcillas, chorizos un par de botellas de gaseosas, soda y vino.

Después de verificar que el Fiat 125 de Genaro Sosa, estuviera en condiciones, cargaron combustible, verificaron la presión de los neumáticos, que no le faltara agua en el radiador y también le midieron el aceite. Así partieron a La Florida. Nada hacía imaginar lo que ocurriría horas después. 

De todos, el más dicharachero era Salvador Perroni, “la tanada” le salía de adentro en medio de un grupo muy poco “hablador”.

Se fueron por la ex ruta 20 (en esa época no había autopistas) y rápidamente devoraron la distancia que separan San Luis del Club Náutico de Pesca La Florida, punto final del recorrido pactado por los seis para la expedición. 

Alegres, contentos, expectantes y felices bajaron del auto, recordándose entre ellos de que no se hubieran olvidado de nada, menos de "las carnadas".

Todo el grupo, menos Perroni y Lucero que son cuñados (Lucero está casado con la hermana de Salvador), siempre andaban juntos y cuando podían hacían excursiones de pesca a distintos espejos de agua de la provincia.

Eran “amigos de la pesca” aunque sus actividades laborales diferían. Genaro Sosa, Salvador Perroni y Jacinto Lucero eran empleados del Banco de la Provincia; Pedro Sosa trabajaba en la Secretaría General de la Gobernación; Manuel María Álvarez, de origen paraguayo pero ciudadano argentino, era empleado de Aerolíneas Argentinas; y Ramón Armando Sosa, operario en la Cerámica San José. 

Habían hablado con un empleado del club, de apellido Rodríguez para que les prendiera el fuego y les preparara unas empanadas para comer mientras esperaban el asado. 

El fuego estaba listo y el paraguayo Álvarez se puso manos a la obra. Mientras tomaban un vino, los chistes y las anécdotas fueron y vinieron.

Todo era normal, la previa, el viaje, las charlas, las tareas del criollo del lugar y los preparativos, por eso el relato va adquiriendo veracidad de los hechos. No era tarde cuando terminaron de comer “un asadazo” y las empanadas. 

El reloj marcaba un poco más de las cero treinta cuando comenzaron a preparar los aparejos de pesca, cada uno en su mundo, que nada les faltara porque era difícil volver. La balsa de Perroni tenía el espacio y las comodidades suficientes para recibir al experto y entusiasta grupo.

Así, y una vez que todo estuvo listo, emprendieron la navegación rumbo a un lugar conocido como La Rinconada, bien al sur del dique, donde hay una profundidad de unos 50 metros, al tiempo que el viento norte ayudaba y acortaba rápidamente las distancias. 

Pero no pudo ser, el oleaje era muy intenso y alcanzaba una altura poco frecuente por lo que decidieron cambiar el rumbo para hacer la pesca un poco más apacible. 

La suerte no era la mejor compañera, cambiaron de balsa, usaron una de un amigo que hacía mucho que no era utilizada: “La Niña”. 

Pero como no había “pique” después de un intercambio de opiniones y de un tiempo prudencial, Jacinto Lucero, Ramón y Genaro Sosa se fueron a dormir, eran aproximadamente las tres de la mañana. Pedro Sosa y Álvarez, tiraban líneas tras líneas buscando el mejor pique.

En tanto Perroni que no paraba de hablar bajito para no espantar los peces, estaba en la otra punta de la balsa, al lado del motor. 

De su posición, tenía un mejor panorama de lo que acontecía en la balsa, y veía como tres de sus amigos se acurrucaban para dormir al tiempo que ellos buscaban abrigos, la noche, que no era de las mejores, comenzaba a ponerse fría, sólo pescaron un par de pejerreyes y varias carpas. 

Todo siguió normalmente, era una jornada de pesca nocturna como tantas otras en la vida de estos amantes de la paz, el relax y la tranquilidad, todo estaba tranquilo y pasaba como en las películas. 

En el firmamento, y como jugando entre los cerros, la luna se mostraba más blanca que nunca y se repetía en el agua y como tantas veces las olas sacudían la estructura de la balsa del amigo ausente. 

La temperatura había bajado unos grados y se hacía sentir, el amanecer no estaba lejos. 

La embarcación se mecía suavemente, alguna que otra ráfaga del intrépido viento norte, hacia girar las líneas y había que estar atento para que no se enredaran entre ellas. 

Álvarez y Pedro Sosa dialogaban entre ellos para ver qué plomo, carnada, anzuelo o boya ponían. Por ahí el lamento de un ave nocturna o el audillo de un cimarrón en la costa rompían la paz y la monotonía. 

De repente todo cambió, antes de las seis de la mañana de ese 4 de febrero ocurrió lo inesperado, lo inimaginable, lo increíble. La noche se transformó en un caos, los gritos, la desesperación y la sorpresa generó estupor y pánico. 

El primero que vio una luz enceguecedora fue Perroni, fugaz, intensa y sorprendente por su velocidad. 

Cruzó el cielo por detrás de la barca dejando todo blanco produciendo una ceguera temporal en el espacio, haciendo desaparecer el paisaje por escasos veinte segundos. Todo ocurrió como por arte de magia. 

Perroni se tapó la cara por la momentánea ceguera, la luz parecía partir de un cerro cercano, a unos veinte metros. 

Los hermanos Sosa, Ramón y Genaro, que se habían ido a dormir un rato antes, se despertaron y a los gritos lo hicieron con el amigo que estaba a su lado, pensaron que era una estrella, como tantas otras que han visto, pero ésta era distinta, la potencia y la intensidad que emanaba esa luz les llamó la atención y sin perder su asombro nada dijeron, quedaron mudos.

Manuel Álvarez y Pedro Sosa también se vieron sorprendidos y enfrentaron lo insólito: el enorme resplandor los iluminó y pudieron observar que se trataba de un objeto volador no identificado, un aparato metálico, sólido, que tenía la forma de un plato hondo invertido, que irradiaba de su parte baja una luz blanca, y de su parte superior, luces de colores verde esmeralda y rojo granate. 

Estaba suspendido en el aire sobre un terreno en declive, a unos tres metros de altura del suelo, y medía unos 15 metros de diámetro. 


En medio del relato dicen: “Instantáneamente se abrió una escalerilla, de las del tipo Focker, por la cual descendió un ser de forma humanoide, de unos 2,10 metros de altura".

"Estaba vestido con un traje brilloso, ajustado al cuerpo, de color plateado luminoso, sobre su cabeza llevaba colocada una especie de escafandra transparente, que dejaba ver sus cabellos rubios y sus facciones”. 

Era tal la sorpresa que nadie atinó a nada, quedaron estupefactos, inmóviles sin palabras y sin saber qué hacer.

“El ser, después de salir por la escalerilla, caminó por el terreno o se deslizó hacia la orilla del lago, a escasamente unos 15 metros de los pescadores. Sonriendo, el extraño, colocó sus manos, enguantadas en una especie de guantes sin dedos (mitones), hacia adelante, con las palmas hacia arriba, en un gesto característico de amistad y de posición yoga (flor de loto) lo que vendría a ser un gesto universal de dar. 

Luego de efectuar ese gesto, giró y se dirigió a la escalerilla, ascendió por ella y se introdujo dentro del aparato. La portezuela se levantó y cerró el agujero que había abierto para colocarse en el suelo. 

Al cabo de entre 20 y 30 segundos, el aparato se elevó y con rumbo noreste se perdió en las serranías de San Luis”.


Un informe de La Realidad OVNI en Latinoamérica reza: “Pedro Sosa estaba muy impactado por lo que veía, pero observó mucho menos del humanoide que Álvarez, que era el más descriptivo. 

Los tres pescadores dormidos se despertaron alertados por Perroni, y todos vieron al objeto, ya en el cielo, haciendo el trayecto a las serranías próximas, exactamente hacia el lugar en donde primitivamente querían pescar, en el primer intento de usar la balsa de Perroni”. 


“Con respecto al objeto, los testigos difieren en los pequeños detalles de las características luminosas, pero todos coinciden en la potente luz, que vieron tan cerca de ellos y a sus espaldas”. 

(Continuará)...


Fuente: El Diario de la República


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