Te presentamos un breve adelanto de
una nota de Pacho O´Donell,
narrando sus aventuras pesqueras,
publicada en la edición febrero ´15 de Weekend
El historiador, dramaturgo y novelista Pacho O’Donnell es también un apasionado por la pesca. Aquí narra algunas de sus experiencias.
Salvo que se trate de uno de esos peces voraces que se abalanzan, seguros de su instinto, a devorar su presa de un tarascón. En uno u otro caso de lo que se trata es de clavarle el anzuelo, de dominarlo. Y si es luchador y de buen tamaño, de cansarlo hasta rendirlo.
Se trata de una potente lección de vida: no dejar pasar la oportunidad que quizás no
vuelva a presentarse. Nos lo advierte Cervantes: “El que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no se debe quejar si se le pasa”. De allí el sentimiento de profunda desazón que se experimenta cuando se pierde un pique: la de no haber estado a la altura que las circunstancias requerían. Una vez más…
Me gusta pescar, pero como no lo hago a menudo, cada excursión resulta un acontecimiento conmocionante, adrenalizado por la esperanza. Suelo pescar solitario, o con uno o dos compañeros como máximo, creo que el silencio es parte del asunto, aunque eso no debe impedir que se empine un tinto de selección.
Cuelga en una de las paredes de mi casa, embalsamado, un magnífico pez vela de
casi 40 kg que ensarté en Miami. Logré otro más pequeño en México pero me limité a fotografiarlo porque ya había aprendido lo grande y caro que es el cajón que albergue la cresta azul erecta.
Se trata de una potente lección de vida: no dejar pasar la oportunidad que quizás no
vuelva a presentarse. Nos lo advierte Cervantes: “El que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no se debe quejar si se le pasa”. De allí el sentimiento de profunda desazón que se experimenta cuando se pierde un pique: la de no haber estado a la altura que las circunstancias requerían. Una vez más…
Me gusta pescar, pero como no lo hago a menudo, cada excursión resulta un acontecimiento conmocionante, adrenalizado por la esperanza. Suelo pescar solitario, o con uno o dos compañeros como máximo, creo que el silencio es parte del asunto, aunque eso no debe impedir que se empine un tinto de selección.
Cuelga en una de las paredes de mi casa, embalsamado, un magnífico pez vela de
casi 40 kg que ensarté en Miami. Logré otro más pequeño en México pero me limité a fotografiarlo porque ya había aprendido lo grande y caro que es el cajón que albergue la cresta azul erecta.
El dorado en el podio
Tengo otros trofeos en mi haber, bonitos, anguilas, corvinas, truchas, rayas, arrancados al mar, al río o al lago, archivados en mi memoria, algunos en fotografías. Aunque la actual escasez por la depredación obliga a los esforzados guías a mentir para sostener la esperanza del pescador de turno: “¡Lástima que no vino ayer, nos cansamos de sacar!”. Es infalible.
Pero lo que más me gusta es la pesca del dorado, un pez admirable, bellísimo, salvaje, combativo, a quien la naturaleza, p ra emparejar las cosas, dotó de un labio inferior de cartílago que hace muy difícil el clavado del anzuelo, lo que es causa de los demasiados piques que se pierden a la vera del bote en el último acrobático y sabio salto con cabeceo.
Lea la nota completa en la edición 509 de Weekend,
febrero de 2015.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Entrá en el Blog, registrate, y dejá tu comentario, indicando tu Nombre y Apellido/Nick en el cuerpo del mensaje
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.