Gustavo Rodriguez desde el Blog
Hay Pique de La Gaceta de Tucumán,
nos cuenta su fantástica primera experiencia,
lección incluída, con los Flecha de Plata
La primera vez siempre suele ser la mejor experiencia.
Y en este caso, ocurrió en La Angostura, ese tesoro que tiene Tucumán y que muy pocos conocen porque las autoridades de la provincia, sin entender bien por qué, no lo promocionan.
Corrían los primeros años 80 y el dique, ubicado en Tafí del Valle en medio de un paisaje espectacular, acababa de inaugurarse y el destino quiso que lo conociera en un momento complicado.
Mi viejo me había incorporado al grupo de buenos pescadores de Pejerreyes, pese a que era la segunda vez que pescaba con caña y reel.
Como estaba prohibido pescar embarcado, se probaba suerte de la orilla.
Todo el tiempo dedicado a la práctica de lanzamiento, en esa oportunidad, eran en vano.
Estaba porfiado en cruzar a los otros pescadores y enredar los aparejos.
Ahí con muy buen tino, mi padre decidió trasladarme a la punta del lugar, lejos de sus compañeros que ya tenían cara de pocos amigos.
Instalado en ese lugar, como todo novato, tiraba y recogía.
“Chango, si querés pescar, tenés que tirar lejos”, me dijo uno de los especialistas. Esas palabras no hicieron otra cosa más que hacerme levantar la temperatura.
Todos se rieron con mí respuesta: “yo quiero tirar más cerca porque ustedes que las hacen llegar lejos no sacan nada”.
A los pocos minutos pasó lo inesperado. La boya –lapicera porque en esos tiempos se pescaba con paternóster con dos anzuelos- se hundió.
Pegué el cañazo y sentí como si hubiera clavado un palo. “Enganché otra vez”, me dije en silencio.
Y antes de que terminara de pensar en las consecuencias, todos observaron un impresionante matungo saltar fuera del agua.
“Ehhhhhh. Es inmenso”, gritaron todos los que observaron la escena.
El chillido del reel era otra señal que indicaba que el pejerrey era de muy buen tamaño.
Mi viejo, a los saltos, corrió donde estaba parado y ajustó el freno. Después de una corta lucha, salió ese monstruo.
Media poco más de cincuenta centímetros y pesaba alrededor de un kilo.
Fue el ejemplar más grande que capturé en mi vida.
Desgraciadamente, en esos tiempos, casi no se registraban imágenes de la pesca.
Pero con el correr de los años me di cuenta que era lo suficientemente grande para dos cosas: llenarme de orgullo y darme cuenta que los que improvisan, generalmente, son los que consiguen mejores resultados.
por Gustavo Rodriguez
para Area de Pesca
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