Cuatro pescadores tucumanos disfrutaron de
una muy buena pesca en el
Río Salado santiagueño.
Capturaron Tarariras, Bogas y Bagres
La pesca todo lo puede. La mayoría de las veces, los aventureros eligen un lugar sin saber que le puede regalar el destino. Además de sortear los calores, los mosquitos y hasta la mismísima maldita inseguridad, los deportistas pueden cosechar buenos frutos o volverse con las manos vacías. “Será complicado el título de esta historia. Podrías encabezar por las tarariras, bogas y dorados que se puede capturar, pero lo más importante es que el Salado, a pesar de la falta de agua, sigue rindiendo mucho”, comentó Enzo Lauricela sobre la inolvidable experiencia que vivió en Santiago del Estero.
Los pescadores están felices. Haber apostado por un lugar golpeado por la crisis hídrica y el accionar de los furtivos le dio grandes resultados. El grupo integrado por Lauricela, Carlitos Gerónimo, Martín Mercado y Marcelo Véliz arribaron casi al atardecer al Cero, uno de los lugares que el río ofrece muchas emociones. Después de armar campamento, decidieron pescar las taruchas con señuelos.
Y los buenos resultados no tardaron en aparecer. “Los piques llegaron muy rápido, en realidad, fue una locura por la cantidad y calidad de las tarariras que por esta zona nunca fallan, menos en esta época del año. Por los calores esta especie espera cualquier movimiento para atacarlas”, explicó Gerónimo, que no puede ocultar los efectos de los rayos de sol que lo golpearon mucho durante la travesía.
Más allá de las capturas, los pescadores se llevaron una flor de sorpresa. “Lo que más nos llamó la atención es que con la llegada de la noche, los ataques de las tarariras no disminuyeron, que es lo normal cuando se pesca con señuelos. En plena oscuridad hacían lo que querían con los artificiales, al igual que los mosquitos con nuestros cuerpos”, bromeó Mercado.
Al día siguiente la acción no se modificó en lo más mínimo, pero los pescadores decidieron cambiar de rumbo. En el Cero, de boca de unos lugareños que se arrimaron a charlar, habían recibido un dato que les llamó poderosamente la atención: a 50 kilómetros al sur donde tenían el campamento, se habían visto movimientos de dorados.
Conformes con los resultados de la pesca de tarariras, decidieron probar suerte en ese lugar. “Llegamos al sitio que nos habían dicho. Empezamos a probar suerte con las bogas. Y otra sorpresa: la especie estaba muy activa y no dudaba en probar las mojarras que poníamos en los anzuelos. Aunque todas eran chicas, con equipos livianos hicimos una pesca espectacular, muy divertida y llena de emociones”, contó Véliz.
Cuando llegó la noche -los pescadores que también habían sido advertidos que allí había problemas de seguridad- decidieron retirarse a una estación de servicio cercana para pasar la noche. “Cuando estábamos en la camioneta decidimos que nos levantaríamos temprano para buscar al dorado. Estaba convencido que tendríamos suerte. Le decía a mis compañeros que capturaría un amarillo y por suerte mi pronóstico no falló”, comentó Mercado.
Con los primeros rayos del sol, los pescadores fueron a buscar los pozos que habían visto en ese lugar durante el viaje hacia el sitio donde pasaron la noche. “A la hora de nuestra llegada, armamos nuestras cañas y utilizamos bogas chicas de carnada. Mercado logró clavar un dorado de unos 5 kilos que fue devuelto porque la especie está vedada en Santiago. Después tuve otro pique que me dejó temblando la mano, pero lamentablemente se me escapó. Ese es el resumen de unas jornadas inolvidables gracias al río Salado que, por suerte se resiste a morir por culpa de la sequía y de los furtivos”, concluyó Lauricela.
Los pescadores están felices. Haber apostado por un lugar golpeado por la crisis hídrica y el accionar de los furtivos le dio grandes resultados. El grupo integrado por Lauricela, Carlitos Gerónimo, Martín Mercado y Marcelo Véliz arribaron casi al atardecer al Cero, uno de los lugares que el río ofrece muchas emociones. Después de armar campamento, decidieron pescar las taruchas con señuelos.
Y los buenos resultados no tardaron en aparecer. “Los piques llegaron muy rápido, en realidad, fue una locura por la cantidad y calidad de las tarariras que por esta zona nunca fallan, menos en esta época del año. Por los calores esta especie espera cualquier movimiento para atacarlas”, explicó Gerónimo, que no puede ocultar los efectos de los rayos de sol que lo golpearon mucho durante la travesía.
Más allá de las capturas, los pescadores se llevaron una flor de sorpresa. “Lo que más nos llamó la atención es que con la llegada de la noche, los ataques de las tarariras no disminuyeron, que es lo normal cuando se pesca con señuelos. En plena oscuridad hacían lo que querían con los artificiales, al igual que los mosquitos con nuestros cuerpos”, bromeó Mercado.
Al día siguiente la acción no se modificó en lo más mínimo, pero los pescadores decidieron cambiar de rumbo. En el Cero, de boca de unos lugareños que se arrimaron a charlar, habían recibido un dato que les llamó poderosamente la atención: a 50 kilómetros al sur donde tenían el campamento, se habían visto movimientos de dorados.
Conformes con los resultados de la pesca de tarariras, decidieron probar suerte en ese lugar. “Llegamos al sitio que nos habían dicho. Empezamos a probar suerte con las bogas. Y otra sorpresa: la especie estaba muy activa y no dudaba en probar las mojarras que poníamos en los anzuelos. Aunque todas eran chicas, con equipos livianos hicimos una pesca espectacular, muy divertida y llena de emociones”, contó Véliz.
Cuando llegó la noche -los pescadores que también habían sido advertidos que allí había problemas de seguridad- decidieron retirarse a una estación de servicio cercana para pasar la noche. “Cuando estábamos en la camioneta decidimos que nos levantaríamos temprano para buscar al dorado. Estaba convencido que tendríamos suerte. Le decía a mis compañeros que capturaría un amarillo y por suerte mi pronóstico no falló”, comentó Mercado.
Con los primeros rayos del sol, los pescadores fueron a buscar los pozos que habían visto en ese lugar durante el viaje hacia el sitio donde pasaron la noche. “A la hora de nuestra llegada, armamos nuestras cañas y utilizamos bogas chicas de carnada. Mercado logró clavar un dorado de unos 5 kilos que fue devuelto porque la especie está vedada en Santiago. Después tuve otro pique que me dejó temblando la mano, pero lamentablemente se me escapó. Ese es el resumen de unas jornadas inolvidables gracias al río Salado que, por suerte se resiste a morir por culpa de la sequía y de los furtivos”, concluyó Lauricela.
Fuente: La Gaceta
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