Villa Chicligasta, ubicada a unos 70 Km de Tucumán
sufre los embates de los pescadores furtivos,
que arrasan con todo lo que pueden
“Tienen que parar, sino no nos van a dejar nada”, dijo el “Chueco Lili”, uno de los referentes de la pesca de Villa Chicligasta. El apilcultor, que pidió a Hay Pique que lo identifique de esa manera porque así lo llama todo el mundo, no paró de sufrir por culpa de los furtivos que ponen en riesgo el futuro de su pueblo.
La localidad, ubicada a unos 70 kilómetros de la capital, es paso obligado para llegar a La Junta, lugar donde se unen los ríos Salí y Gastona. Antes de las 6 de la mañana, Rubén y Matías Barraza, Gustavo Arellano y Hay Pique se reunieron en una estación de servicio de la zona del parque 9 de Julio. Entusiasmados, recorrieron la ruta 157 hasta que pasaron Simoca y allí empalmaron con la 328, camino de ripio muy duro y cuyas piedras enterradas parecen verdaderos icebergs.
Después de unos 15 kilómetros de un traqueteo infernal, llegaron a Villa Chicligasta, un pueblo donde el tiempo pareciera no pasar y, por el estado de los caminos, olvidado por las autoridades. Sólo se nota la asistencia en los módulos habitacionales construidos sobre pilotes de un metro para evitar que la furia del Gastona le lleve lo poco que tiene esta gente.
Luego de las primeras averiguaciones, enfilaron hacia el Gastona que, como tenía muy poca agua (dicen los lugareños que hubo mortandad de peces por el calor y la crisis hídrica), decidieron seguir viaje hasta La Junta. Y ahí comenzó otro desafío, ya que para llegar al lugar hay que recorrer otro camino muy precario donde se deben superar dos barriales importantes. Eliminados esos obstáculos, el último desafío fue cruzar los arenales, prueba que no se superó. La camioneta terminó enterrándose y se necesitó más de una hora para poder salir de la trampa.
Pese a tantas complicaciones, los ojos de los integrantes del equipo quedaron maravillados. La Junta es un lugar especial para la pesca. El río Salí, como si estuviera descansando por tanto viajar, corre de forma lenta por un sector barrancoso donde no existen piedras y caminar por la arena es tan suave como recorrer una mullida alfombra del living de un palacio. Lo trise: encontrarse con montañas de vísceras de sábalos que los furtivos dejan después de hacer daño. Ni siquiera las arrojan al agua para que se alimenten los peces que sobrevivieron a sus redes asesinas.
La pesca deportiva no arroja tan buenos resultados. Los bagres están a la orden del día. Salen a decenas usando lombrices, sanguijuelas y trozos de sábalos y de pejerrey como carnada. Hay muchas bogas chicas que se transforman en un verdadero dolor de cabeza, puesto que limpian los anzuelos sin grandes problemas. Tienen mayor suerte los que pescan al toque, ese maldito sistema que está prohibido y que cada vez reúne más adeptos, que permite las capturas de sábalos principalmente o sirven para yoyar alguna que otra boga o dorado.
Todo lo bueno -que era bastante poco- se arruinó cuando aparecieron tres hombres con un trasmallo de unos 10 metros. Utilizando botellas descartables como salvavidas -sí los malditos envases contaminante también son utilizados para la pesca furtiva- colaron el sector. Devolvían los insultos de los pescadores con una sonrisa, ya que saben que nadie les hará nada. A los pocos minutos, se decidió levantar campamento.
El camino de regreso al pueblo, no fue tan complicado, porque ya se habían descubierto varias de las trampas naturales. Sí fue llamativo cruzarse con una veintena de pescadores, algo bastante inusual para un martes por la tarde. Todo cambió cuando el equipo se detuvo en el único almacén-ferretería del pueblo. Allí estaba sentado el “Chueco Lili” que, como muchos lugareños, esperan algún desconocido para desahogarse.
“El problema es que aquí no hay ningún control. No la han dejado subir al ‘bicho’. A los sábalos lo sacaron sin dramas y el dorado quedó entrampado porque no lo dejaron subir. Esta gente no entiende. Hay respetarlos a los ‘bichitos’ porque así no pasara mucho tiempo para que no haya nada”, dijo el “Chueco Lili”.
El apicultor casi llora cuando cuenta lo que allí ocurre. “El problema es que son insaciables. Vienen en camionetas con heladeras gigantes y sacan todo. Dicen que los venden en el Mercado del Norte. Pero los que más bronca son los que vienen en motos. Son capaces de llenar dos bolsas de arpilleras con pescado, pero cuando quieren irse, se dan cuenta de que no los pueden llevar, entonces terminan tirando la mitad de los pescadores. Son unos desgraciados”, agregó.
En medio del dolor, el “Chueco Lili” tiró una frase que dejó desorientados a todos. “Me cansé de ofrecerme en Flora y Fauna que me dieran la autoridad (sic) para hacer controles. Obvio que no me haré el guapito, sino que observaré y si encuentro a algún dañino, le avisó a la policía para que hagan el secuestro. Pero nunca me respondieron”, comentó.
El apicultar agrega: “a los desgraciados no les importa nada. Le dan lo mismo llevarse un sábalo de 20 centímetros que uno de 40. No te digo que vuelvan a sus casas con las manos vacías, pero con cuatro o cinco alcanza. Casi no voy a pescar porque reniego mucho y me dan ganas de pelearme con esos tipos”.
Un comerciante, que escuchó la charla, dijo otra gran verdad que asusta. “Los pescadores son nuestros principales clientes en esta época del año. Lo mismo pasa con otra gente del pueblo. Si estos desgraciados siguen limpiando los ríos, nos terminaremos fundiendo”, concluyó con la esperanza de que alguien vea del sufrimiento de Villa Chicligasta.
por Gustavo Rodriguez
para Hay Pique / La Gaceta
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