miércoles, 17 de febrero de 2016

Transformación de la costa porteña y la costanera: Quinientos años de un río con horizonte


En 5 siglos, la costa del Río de la Plata se modificó
por diversas obras y proyectos. Y hasta
puede sufrir por el cambio climático


En febrero de 1516, hace 500 años, Juan Díaz de Solís descubrió el Mar Dulce. 

Este río inconmensurable ¡con horizonte infinito! que los porteños tenemos frente a nuestras narices y que por años lo hemos negado. 

Lejos quedaron aquellas fotos sepia de bañistas en la Costanera Sur y el boom de los carritos frente a Aeroparque.

Por muchos años, entre los siglos XIX y XX, lo habitual fue “ganarle tierra al río”. 

Pensar que las aguas llegaban a los pies del fuerte de Buenos Aires, hoy la Casa Rosada, que el Aeropuerto, las estaciones de Retiro, todos los edificios de Catalinas Norte o el Correo Central (hoy Centro Cultural Kirchner) están en tierras que se anegaban.

Pero a partir de la última dictadura la negación del río se intensificó. 

Prohibieron bañarse en sus costas. Y con los escombros de las demoliciones para abrir las autopistas rellenaron delante de Costanera Sur, creando lo que luego, como mal menor, se travistió en Reserva Ecológica. 

Sobre los terrenos de la Administración General de Puertos se construyó el complejo de ferias y exposiciones Costa Salguero. Y a pocos metros, con la Asociación Argentina de Golf, levantaron el Driving Range.

Con el retorno de la democracia, la cosa no cambió. Se naturalizaron las concesiones y la invasión de proyectos privados sobre el río: el horizonte se fue tapando con el balneario Coconor, el complejo Punta Carrasco, varias estaciones de servicio, restaurantes y grandes carteles publicitarios. 

La máxima temperatura se registró en 1995, cuando Alvaro Alsogaray propuso construir una aeroísla en frente de Costanera Norte. Y hasta hubo especulaciones de conectarla con el proyecto de puente a Colonia. 

“La idea de un aeropuerto flotante es posible, especuló -palabras más, palabras menos- el arquitecto Norman Foster, tal vez recordando el proyecto de Amancio Williams… pero teniendo tanto territorio, ¿hace falta?” 

El accidente de LAPA en 1999 con sus 67 muertos puso paños fríos y logró imponer la idea de mudar el aeroparque… Duró poco: en 2004, el presidente Néstor Kirchner y el jefe de gobierno porteño Anibal Ibarra acordaron mantener el Aeroparque. 

Roberto Feletti, entonces secretario de Infraestructura y Planeamiento, aseguraba que la intención era “no resignar las ventajas comparativas en lo que hace al turismo. 

Y acompañar con obras la creciente inversión inmobiliaria…” Así los aviones siguieron rozando los pabellones de Ciudad Universitaria y Aeroparque creció adaptando sus pistas y servicios a los nuevos requerimientos de seguridad de la aeronavegación.

Hubo que hacer más rellenos que dejaron al tradicional Club de Pesca casi al alcance de la mano. 

Hubo que correr avenidas, árboles y hacer el túnel de la avenida Sarmiento. 

Y finalmente para emprolijar toda esta galleta urbana de unos 840.000 m2 y de potencial valor crearon en 2010 el proyecto urbano-paisajístico para la Nueva Costanera. 

Una obra que intenta darle al sector una visión integradora incluyendo al Parque de los Niños, al futuro Parque Bahía Natural delante de Ciudad Universitaria, al Parque de la Memoria, las desembocaduras de los arroyos Vega y al aliviador de la cuenca del Maldonado, complementado con el Parque Punta Carrasco (diseñado como un espacio verde y recreativo con especies nativas ribereñas) que hoy está en construcción.

El estuario del Río de la Plata se formó de la unión de los río Paraná y Uruguay en su desembocadura en el océano Atlántico. 

El Paraná trae el limo rojizo del río Bermejo, que tiñe las aguas y le da ese “color de león” con el que lo describió Leopoldo Lugones. 

Son estos sedimentos junto a las arcillas las que formaron el Delta que sin prisa ni pausa viene avanzando sobre la costa porteña: entre 70 y 100 metros por año. 

Pero también hay estudios científicos que muestran escenarios que por el cambio climático, en los próximos años, puede subir considerablemente el nivel de las aguas.

Una vez por semana voy a zona Norte. De ida, rápido por la Panamericana; de vuelta, tomo el camino paralelo al casi desactivado Tren de la Costa. 

De un lado la barranca; del otro alternan zonas de casas, clubes con apacibles parques que derraman en las aguas. 

Arranco a la altura de la catedral de San Isidro y paro para almorzar en unos bolichitos que dan a la ribera. 

Desde ahí se ve el perfil del Delta que avanza. 

Algún barco carguero que pasa, uno que otro velero, chicos haciendo wind surf. 

El horizonte infinito, los reflejos, el ruido y la brisa del río. Una paz y un desenchufe fantásticos para alivianar el trajín de la semana... 

Festejemos y disfrutemos de este valioso y único patrimonio mientras dure.


por Berto González Montaner
para Diario Clarín


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